Sus últimos días fueron apacibles. Con dulzura y placidez nos fuimos despidiendo. La vida nos concedió el tiempo y la oportunidad de despedirnos como Dios manda, con la tranquilidad de no haber dejado nada pendiente. Sin muchas explicaciones, muchas veces sin palabras… no hacían falta. Ella con gallardía, yo con el placer de poder servirle de confort en los peores momentos y de compañía en los mejores.














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